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Hay un gigante tocando a mi puerta.
Se ve imponente, grande y pesado.
Al gigante no debería abrirle yo. Yo podría, pero no debería. Él es suficientemente fuerte para entrar. Podrían abrirle un par de palabras sueltas en un mal momento, o un pensamiento veloz pero insistente. Podría no querer abrirle yo ahora, pero quien sabe y yo de ayer sí.
Yo de ayer puede abrirle sin dificultad, ya que está acostumbrada a dejarle pasar. A yo de ayer le es muy difícil olvidar el número de pasos que se toma desde la entrada de la propiedad hasta la puerta. Yo de ayer sabe que puede haber hecho un gesto incorrecto, que aunque inofensivo, deje al gigante entrar. Yo de ayer no sabe si estuvo bien lo que hizo, lo que ha hecho, o lo que va a hacer. Es más, yo de hoy está casi segura que yo de ayer la cago. Pero puede que no. O puede que sí. Como yo de ayer piensa todo un mínimo de quince veces, tiene múltiples copias de las llaves y el número del cerrajero, claramente. Yo de ayer le ha dado unas copias al gigante, y a veces, aunque cambia el cerrojo de la puerta, se olvida que las llaves del gigante funcionan sin importar si la cerradura es nueva, si la casa tiene seguridad privada, si es otra casa, o incluso otro país.
El gigante espera todos los días afuera, y cuando no logra entrar por la puerta se esfuma de manera escurridiza para pasar por las rendijas de las ventanas. Las ventanas mal cerradas. ¿O bien cerradas? ¿Las cerré? ¿Las cerró él? ¿Son ventanas?.
El gigante no se rinde. Cuando entra a veces me asfixia con su aroma. Con su peso invisible. Si me ve divagando por unos minutos me habla, porque claro, ya está en mi casa de todas maneras y sería mal educado no hacerlo. Cuando tiene vergüenza me susurra. A veces lo veo y se hace pequeño. Diminuto. Y luego grande. El gigante cambia de color y de voz, para nunca dejar de sorprenderme. Sus ideas mutan como su piel. Dependen del día o de la temperatura. Dependen de mi sangre y de la suya.
El gigante, y yo de hoy, y yo de ayer, y yo de mañana convivimos en la misma casa. Coexistimos. Peleamos. Él es necio y yo terca. El gigante se sienta sobre mí a veces y yo sobre él. Ya no sabemos que hacer ninguno de los dos.
18/08/18