8 de enero
(Jueves. Siete semanas y tres días)
Por fin han llegado las náuseas.
Yo no sabía que aquello llegaría tan repentinamente. Hasta entonces mi hermana solía decir:
-Yo ni siquiera tendré vómitos.
No le gustan los convencionalismos. Siempre cree que sería la última persona en caer hipnotizada o anestesiada.
Esta tarde, mientras ella y yo comíamos macarrones gratinados, ha levantado de pronto la cuchara a la altura de los ojos, y ha comenzado a mirarla fijamente.
-¿No huele extraña esta cuchara?
A mí me ha parecido una cuchara normal.
-Huele a arena- ha dicho mientras olisqueaba.
-¿A arena?
-Sí. Aquel mismo olor de cuando era niña y me caía en la arena. Un olor seco, áspero y pesado.
Ha bajado la cuchara al plato y se ha limpiado la boca con la servilleta.
-¿Ya no comes más?- le he preguntado.
Ha negado con la cabeza y ha apoyado la mejilla sobre la mano.
La tetera hervía sobre la estufa. Ella me miraba sin decirme nada. Como no podía hacer nada he seguido comiendo.
-¿No crees que la salsa blanca del gratinado parece líquido gástrico?
Yo, sin hacerle caso, he bebido un trago de agua con hielo.
-Esa temperatura tibia, su tacto húmedo, sus grumos…
Se ha agachado y ha inclinado la cabeza para mirarme a los ojos. Yo he golpeado el gratinado del fondo del plato con la punta de la cuchara.
-Y además, el color ése tan extraño…como si fuera grasa.
Yo he seguido sin prestarle atención. Soplaba un viento nublado que ha hecho vibrar los cristales de las ventanas. Encima de la encimera de acero inoxidable de la cocina, discretamente colocadas, había una jarra graduada, el envase de la leche, una espátula de madera y la cacerola en la que había preparado la salsa.
-La forma de los macarrones también es muy extraña. Cuando se rompen en mi boca esos cilindros haciendo ruido, ptsu ptsu, noto como si estuviera comiendo tubos digestivos. Tubos resbaladizos por los que pasa la bilis y el jugo pancreático.