• «Ahora se han ido todos», dijo Louis. «Estoy solo. Todos han entrado en la casa para desayunar, y he quedado en pie junto al muro entre las flores. Es muy temprano, antes de las clases. Flor tras flor puntean la profundidad verde. Los pétalos son arlequines. Los tallos surgen de los negros hoyos. Las flores nadan como peces de luz, en la superficie de las oscuras aguas verdes. Sostengo un tallo en la mano. Soy el tallo. Mis raíces descienden hasta las profundidades del mundo, a través de tierras secas, de roca, a través de húmedas tierras, de vetas de plomo y de plata. Soy todo fibra. Todos los temblores me estremecen, y el peso de la tierra oprime mis costillares. Aquí, mis ojos son hojas verdes que no ven. Soy un chico vestido de franela gris, con un cinturón de hebilla en forma de serpiente, aquí. Allá, abajo, mis ojos son los ojos sin párpados de una estatua de piedra en un desierto junto al Nilo. [...] «Aquí Bernard, Neville, Jinny y Susan (pero no Rhoda) rasan los parterres con sus redes. Espuman las mariposas de las móviles cabezas de las flores. Peinan la superficie del mundo. Sus redes están llenas de alas batientes. “¡Louis! ¡Louis! ¡Louis!”, gritan. Pero no pueden verme. Estoy al otro lado del seto. En la masa de hojas sólo hay menudos orificios, como ojos para ver. Dios mío, déjalos que pasen. Dios mío, permite que dejen las mariposas envueltas en un pañuelo, sobre la grava. Déjales contar cuántas mariposas blancas, cuántas rojas y cuántas moteadas han atrapado. Pero permite que no me vean. A la sombra del seto, soy verde como el tejo. Mi cabello es de hojas. Estoy enraizado en el centro de la tierra. Mi cuerpo es un tallo. Oprimo el tallo. Una gota se forma en el orificio de la boca, y lenta y densa crece y crece. Ahora, algo de color de rosa pasa por el orificio como un ojo. Ahora, el rayo de una mirada pasa por el túnel. Y el rayo me toca. Soy un chico con un traje de franela gris. Es ella y me ha encontrado. Siento el golpe en el cogote. Me ha besado.Todo se ha hecho añicos.»
  • Me quedo sola para encontrar la respuesta. Los números no significan nada ahora. El significado ha desaparecido. El reloj hace tic-tac. Mira, el lazo en el trazo del número comienza a llenarse de tiempo, contiene el mundo en su interior. Comienzo a trazar un número, y el mundo queda enlazado en él, y yo estoy fuera del lazo, que ahora cierro -así-, sello y completo. El mundo forma un todo completo, y yo fuera de él, llorando, gritando: "¡Salvadme de ser expulsada para siempre del lazo del tiempo!"
  • Bernard forma bolitas con miga de pan y las llama "gente".
  • «Del mismo modo que doblo el vestido y el viso», dijo Rhoda, «me despojo de mi imposible deseo de ser Susan, de ser Jinny. Pero extenderé los dedos de los pies para tocar el límite de la cama. Adquiriré la seguridad, al tocar el metal, propia de todo lo duro. Ahora no puedo hundirme. Es imposible que caiga a través de la delgada sábana, ahora. Ahora relajo el cuerpo sobre este frágil colchón y quedo suspendida en el aire. Ahora floto sobre la tierra. Ya no estoy en pie para que me golpeen y me hieran. Todo es suave y dócil, maleable. Las paredes y las alacenas palidecen y sus amarillos rectángulos, sobre los que pálido brilla el cristal, se doblegan. Ahora de mí pueden manar los pensamientos.»
  • Nada ve. Nada oye. Está muy lejos de todos nosotros, está en un universo pagano. Pero mira, ahora se lleva la mano al cogote. Ademanes como éste bastan para que uno se enamore de alguien desesperadamente y para siempre.
  • «Esta es mi cara», dijo Rhoda, «en el espejo, tras el hombro de Susan, esta cara es mi cara. Pero me replegaré detrás de Susan, para ocultarla, ya que yo no estoy aquí. No tengo cara. Los demás tienen cara. Susan y Jinny tienen cara. Están aquí. Su mundo es el mundo real. Las cosas que levantan son cosas que pesan. Dicen "sí", dicen "no". Pero yo oscilo y cambio, y en menos de un segundo devengo transparente. Cuando se cruzan con una criada, la criada las mira sin reírse. Pero se ríe de mí. Ellas saben lo que han de decir, cuando alguien les habla. Se ríen de veras, se enojan de veras, en tanto que yo he de mirar primero a mi alrededor, y hacer lo que los demás hacen, cuando ya lo han hecho. [...] En la sala, elijo un rostro lejano, y apenas puedo tomar el té cuando ésa, cuyo nombre ignoro, está sentada frente a mí. Me atraganto. La violencia de mis emociones estremece mi cuerpo. Imagino que esas gentes sin nombre, esas gentes inmaculadas, me vigilan ocultas detrás de arbustos. Doy grandes saltos para suscitar su admiración. Y por la noche, en cama, las dejo pasmadas, maravilladas. A menudo muero atravesada por flechas para ganarme su llanto. Si dicen, o veo por las etiquetas en sus maletas, que pasaron las vacaciones en Scarborough, el pueblo entero se cubre de oro y todas sus calles resplandecen. Por esto odio los espejos que revelan mi rostro verdadero. Sola, a menudo me sumo en la nada. He de mover los pies con gran cautela, para no rebasar los límites del mundo y caer en la nada. He de golpear con la mano una dura puerta, para llamarme a mí misma a fin de que vuelva a entrar en el cuerpo.»
  • De repente, descendió sobre mí y me cubrió la oscura y mística conciencia de la adoración, del logro de totalidad que triunfa sobre el caos. Nadie vio mi compuesta y ávida figura en el quicio de la puerta abierta. Nadie adivinó la necesidad que sentía de ofrecer mi ser a un dios, y perecer y desaparecer. Descendió el mazo. La visión se quebró.
  • Cogeré flores. Formaré con ellas un ramo, lo tomaré en la mano y lo ofreceré... ¡Oh! ¿A quién? Hay un obstáculo en el fluir de mi vida. Una profunda corriente tropieza con algo. Y este algo se estremece. Tira. Un nudo en el centro opone resistencia. Es dolor, es angustia. Me debilito, cedo. Mi cuerpo se restablece. Quedo abierta, quedo incandescente. Ahora la corriente se desborda en una profunda marea fertilizante que abre lo antes cerrado, forzando lo antes prietamente plegado, y fluye sin limitación. ¿A quién daré cuanto ahora me recorre, cuanto nace y fluye en mi cuerpo cálido y poroso? Recogeré las flores y las ofreceré... ¡Oh! ¿A quién?
  • Una noche vi una estrella corriendo entre las nubes, y le dije: "Consúmeme"
  • (sería una penosa experiencia la de llamar y que nadie acudiera, sería algo que dejaría vacía la medianoche, y es algo que explica la expresión de los viejos en los círculos y clubs, esos viejos que han dejado de llamar a un propio yo que no acude)
  • Pareces decir: "En tu opulenta abundancia, no te olvides de mí." Dices: "Detente, y pregunta por mis sufrimientos".
  • »No alzaré el pie para subir la escalera. Quedaré un momento más bajo el implacable árbol, a solas con el hombre con el cuello cortado, mientras abajo la cocinera saca y mete pasteles. No subiré la escalera. Estamos condenados, todos. Pasan las mujeres con los cestos de la compra. La gente sigue pasando. Sin embargo, no me destruiréis. En este momento, este único momento, tú y yo estamos juntos. Y te invito a acercarte. Ven, dolor, cébate en mí. Entierra tus colmillos en mi carne. Despedázame. Sollozo, sollozo.»
  • He perdido la indiferencia, la mirada inexpresiva, los ojos en forma de pera que veían la raíz. Ya no soy enero, mayo o cualquier otra estación, sino que soy un tejido de muy fino hilo alrededor de la cuna, envolviendo en un capullo hecho con mi propia sangre los delicados miembros de mi hijo.
  • Pero quizás quien venga no sea Bernard, ni Louis, ni Neville, sino alguien nuevo, alguien desconocido, alguien con quien me he cruzado en una escalera, y, volviéndome un poco, al pasar, le he murmurado "Ven".
  • ¡Cuánta disolución del alma exigís sólo para poder vivir durante un día, cuántas mentiras, cuántas referencias, cuánta palabrería fluida, cuántos roces y cuánto servilismo!
dec 3 2012 ∞
feb 25 2013 +