- ¿Qué significaba aquello, besar? Poner la cara hacia arriba, así, para decir buenas noches y que luego su madre inclinara la suya. Eso era besar. Su madre ponía los labios sobre la mejilla de él; aquellos labios eran suaves y le humedecían la cara; y luego hacían un ruidillo muy pequeño: be-so.
- Y era el zumbido de vacío de todas estas voces lo que le hacía titubear en la persecución de sus propios fantasmas.
- No se había muerto, sino que se había desvanecido como una placa impresionada a la luz del sol. Se había perdido o había emigrado de la existencia, porque ya no existía. ¡Qué extraño era el pensar que él había dejado de existir de este modo, no a través de la muerte, sino desvanecido al sol, o perdido y olvidado, Dios sabe dónde, en medio del universo! Y extraño también, ver que su cuerpecillo reaparecía ahora por un momento: un niñín vestido con un traje gris de cinturón. Con las manos en los bolsillo y los pantalones sujetos por elásticos a las rodillas.
- Y ella le pasó por el cabello su mano tintineante llamándole mala personita. -Dame un beso- le dijo. Pero los labios de él no sentían deseo de besarla. Lo que quería era verse ceñido firmemente entre los brazos de ella. Ser acariciado lentamente, lentamente, lentamente. Que entre aquellos brazos sentía haberse vuelto fuerte, impávido, seguro de sí mismo. Pero sus labios no se habían de inclinar para besarla. De pronto, ella volvió la cabeza y le oprimió los labios con los suyos. Y él leyó lo que querían decir aquellos movimientos en los ojos francos que, levantados, le miraban. Era demasiado, cerró los ojos y se entregó a ella, en cuerpo y alma, sin conciencia de cosa de este mundo, salvo del sombrío roce, de la dulce hendidura de aquellos labios. Los sentía en la carne y en el cerebro como conductores de un vago idioma. Y entre ellos sintió una desconocida y tímida presión, más sombría que el desfallecimiento del pecado, más dulce que el sonido o el olor.
- ¡Si ella supiera a qué cosas le había sometido la imaginación o cómo el apetito bestial había desgarrado y hollado su inocencia! ¿Era aquello el amor? ¿Era aquello espíritu caballeresco? ¿Era aquello poesía?
- Cuando la agonía de la vergüenza hubo pasado, trató de levantar su alma del fondo de su abyecta impotencia. Dios y la Virgen María estaban demasiado lejos de él: Dios era demasiado grande y demasiado severo y la Santísima Virgen demasiado pura y santa. Pero se imaginaba estar en una amplia llanura al lado de Emma, y que, humildemente, deshecho en llanto, se inclinaba para besar el borde de su manga.
jan 24 2014 ∞
jan 24 2014 +