• El cáncer del tiempo nos está devorando. Nuestros héroes se han matado o están matándose. Así que el héroe no es el tiempo, sino la intemporalidad. Debemos marcar el paso, en filas cerradas, hacia la prisión de la muerte. No hay escapatoria. El tiempo no va a cambiar.
  • Hay personas que no pueden resistir el deseo de meterse en una jaula con fieras y dejarse despedazar. Hasta sin revólver ni látigo se meten. El temor las vuelve temerarias… Para el judío, el mundo es una jaula llena de fieras. La puerta está cerrada y él está dentro sin látigo ni revólver. Su valor es tan grande, que ni siquiera huele los excrementos en el rincón. Los espectadores aplauden, pero él no oye. Cree que el drama está ocurriendo dentro de la jaula, que la jaula es el mundo. Al encontrarse ahí, solo e indefenso, y con la puerta cerrada, descubre que los leones no entienden su lengua. Ningún león ha oído hablar nunca de Spinoza. ¿Spinoza? Pero si ni siquiera pueden hincarle el diente. «¡Queremos carne!», rugen, mientras él permanece petrificado ahí, con sus ideas congeladas, su Weltanschauung mero trapecio inalcanzable. Un solo zarpazo del león y su cosmogonía queda destrozada.
  • Las personas son como los piojos: se te meten bajo la piel y se entierran en ella. Te rascas y te rascas hasta hacerte sangre, pero no puedes despiojarte de una vez. Dondequiera que voy las personas están echando a perder sus vidas. Cada cual tiene su tragedia particular. La lleva ya en la sangre: infortunio, hastío, aflicción, suicidio. La atmósfera está saturada de desastres, frustración, futilidad. Rascarse y rascarse… hasta que no quede piel.
  • Hasta esta mañana no he vuelto a tener conciencia de este París físico que llevaba semanas sin advertir. Tal vez porque el libro ha empezado a crecer dentro de mí. Lo llevo conmigo a todas partes. Camino por las calles con este hijo de mis entrañas y los polis me ayudan a cruzar la calle. Las mujeres se levantan para ofrecerme sus asientos. Ya nadie me empuja con rudeza. Estoy encinta. Ando como un pato, con mi enorme vientre apretado contra el peso del mundo.
  • En el meridiano del tiempo no hay injusticia: sólo hay la poesía del movimiento que crea la ilusión de la verdad y el drama.
  • Lo monstruoso no es que los hombres hayan creado rosas a partir de ese estercolero, sino que, por la razón que sea, desee rosas... Por una razón u otra, el hombre busca el milagro y para lograrlo es capaz de abrirse paso entre la sangre. Es capaz de corromperse con ideas, reducirse a una sombra, si por un solo segundo de su vida puede cerrar los ojos ante el horror de la realidad. Todo se soporta -ignominia, humillación, pobreza, guerra, crimen- gracias al convencimiento de que de la noche a la mañana algo ocurrirá, un milagro, que vuelve la vida tolerable. Y, mientras tanto un contador está corriendo en su interior y no hay mano que pueda llegar hasta él para detenerlo. Mientras tanto, alguien esta comiendo el pan de la vida y bebiendo el vino, un sacerdote sucio y gordo como una cucaracha que se esconde en el sótano para zampárselo, mientras arriba, a la luz de la calle, una hostia fantasma toca los labios y la sangre está pálida como el agua. Y de ese tormento y miseria eternos no resulta ningún milagro, ni siquiera un vestigio microscópico de milagro. Sólo ideas, ideas pálidas, atenuadas, que hay que cebar mediante la matanza, ideas que brotan de la bilis, como las tripas de un cerdo, cuando lo abren en canal.
  • Me ponen el mundo ante las narices y lo único que me piden es que puntúe las calamidades. No hay nada que no toquen esos listillos del piso de arriba: no hay alegría ni desgracia que pase desapercibida. Viven entre los hechos crueles de la vida, la realidad, como se suele decir. Es la realidad de una ciénaga y ellos son los sapos que no tienen mejor cosa que hacer que croar. Cuanto más croan, más real se vuelve la vida. Abogado, sacerdote, doctor, político, periodista: ésos son los charlatanes que tocan el curso del mundo. Una atmósfera de calamidad constante. Es maravilloso. Es como si el barómetro nunca cambiara, como si la bandera ondease siempre a media asta. Ahora se puede comprender cómo se apodera de la conciencia de los hombres la idea del cielo, cómo gana terreno incluso después de que hayan derribado todos los puntales en que se sostiene. Tiene que haber otro mundo, además de esta ciénaga a la que se arroja todo el desorden. Resulta difícil imaginar cómo puede ser, ese cielo con que sueñan los hombres. Un cielo de sapos, sin duda. Miasma, basura, nenúfares, agua estancada. Estar sentado en una hoja de nenúfar sin que te molesten y croar todo el día. Algo así, me imagino.
jan 18 2013 ∞
feb 25 2013 +